viernes, 19 de abril de 2024

Recuerdos de otra guerra y otras noches (I)

Estos días llenos --o vacíos-- de noticias de una guerra que no termina de suceder me hacen recordar otra guerra, otros días y, especialmente, otras noches. Allá lejos y hace tiempo, lo que quiere decir el siglo pasado, yo era un joven que no sabía qué hacer con su vida pero tenía bien claro qué era lo que no quería hacer, como el personaje de John Cusack en Digan lo que quieran. Trabajaba en el depósito de una fábrica de ropa en Nuñez y llamaba a la radio para dejar mensajes, y asi fue como terminé entrando en ese mundo que tenía mas que ver con lo que estudiaba --Ciencias de la Comunicación-- que con mi trabajo diario. Siempre me gustó escribir, asi que mi sueño era poder vivir de eso, y como también me gustaba la música, la cultura rock, y la efervescencia alrededor del estallido de esa cultura en los medios masivos con la llegada de la democracia, fue el mejor de los descubrimientos darme cuenta de que era posible escribir para esas radios a las que llamaba. El asunto era tratar de convertir eso en un trabajo. El primer lugar para el que escribí fue Piso 93, pero era un programa de culto, y si bien fue un gran aprendizaje y un disfrute, no había plata involucrada en ese ida y vuelta. Pero había gente interesada en lo que yo había demostrado que era capaz de hacer y que, aparentemente, no había muchos haciendo. Asi fue como terminé entrando en Mitre, un medio que por entonces acababa de comprar Clarín --aunque, según creo recordar, no se podía decir abiertamente--, en una epoca en que el diario tenía un proyecto popular y masivo, y la radio estaba decidida a modernizarse y acercarse al lenguaje de las FM. De hecho, la radio tenía su frecuencia modulada, la 100 --como pasó a llamarse entonces--, y mi primer pie en ese mundo fue empezar a escribir textos para un programa temático muy popular: Los queridos 70, al que luego se le agregó Los 80 en fuga. Mas que programas eran segmentos horarios, porque la 100 pasaba mas que nada música, y en castellano, esa fue su revolución entonces. Esos segmentos trabajaban con la nostalgia, en el caso de los '70 una nostalgia del pasado inmediato, pero con los '80 era la nostalgia por venir, ya que por entonces la década aun no había terminado. Mis textos debían aceitar esa nostalgia; eran cortos, podían leerse en las aperturas de los temas, o incluso con algunos separadores, y se referían tanto a la música que se escuchaba como a su contexto. Compraba semanarios usados, buscaba noticias farandulescas o bizarras de la época, las resumía en textos cortos, tipeaba tres hojas por semana con sus correspondientes copias en carbónico, y cobraba mi dinero. Escribía para la radio y me pagaban por hacerlo, el primer objetivo estaba logrado. Pero yo quería dejar la fábrica y vivir de eso, de lo que me gustaba hacer, y para poder hacerlo tenía que entrar a la radio. La primera puerta que se abrió fue escribiendo publicidad para los pequeños anunciantes de Mitre, pero como dije, era un joven idealista a lo Cusack según Crowe, y no me gustaba escribir publicidad. Estaba en contra de mis --ejem-- principios. Gracias a que inventé el nuevo slogan de la 100 --“la 100 se mueve, movete con la 100”-- logré finalmente escapar de esa oficina y pasar a formar parte del equipo creativo de la radio. Terminé compartiendo un cuartucho sin ventanas con Saborido y Quiroga, y estaba disposición del programa o segmento que requiriera de mis habilidades. Solía escribir avances de los programas, algo asi como mini radioteatros --radioclips, les llamábamos-- sobre temas de actualidad o efemérides (recuerdo uno sobre la muerte de Charlie Parker, otro sobre el golpe en Chile, que nunca se emitió porque a alguien le pareció muy zurdo para el segmento... y tenía razón), e incluso llegué a armar una historia de Boca en capítulos (de Boyé en adelante, hablé con todos) y hasta guionear las apariciones de un personaje llamado La Nena para las transmisiones de los partidos de Boca --Mitre tenia los derechos-- narrados por Caldiero. Hice de todo desde ese cuartucho para Mitre y la 100, pero lo más inesperado a lo que me terminé dedicando fue a la Guerra del Golfo, y acá es cuando llegamos al punto donde empecé estos recuerdos, vinculados a una guerra sin noticias que puede o no llevarnos a un conflicto capaz de escalar hasta hacerse mundial. Pero supongo que, como esto se ha hecho largo, podemos seguir en un próximo posteo con este relato de primeros trabajos, John Cusack, radio, guerra y, especialmente, trasnoches.

(Continuará) 

martes, 16 de abril de 2024

Un cumpleaños en Comodoro

A mi abuela le gustaba jugar a la quiniela. Jugaba siempre al 16. Tenía sus razones. Para los que le buscan significado a los sueños pero Freud les tiene sin cuidado, el 16 es el anillo. Una imagen insulsa, claramente opacada por sus custodios: el 15, la niña bonita; y el 17, la desgracia. Pero no era en eso lo que pensaba mi abuela cada vez que jugaba, sino en los cumpleaños. El suyo, sí, pero también en los de casi todos en mi familia. Además de mi abuela, tanto mi madre, mi hermano y yo nacimos un 16. Mi hermano casi se pasa pero, aunque hubiese sido así, mi padre ya le había advertido al médico que no iba a aceptar que lo anotasen un 17. Era una noche del mes de octubre, mi viejo era un antiperonista furioso, y no hubiese aceptado tener un hijo nacido el Día de la Lealtad. Mi hermana es la única que no cumplió con el rito, nació un primero. Primero de julio, y se quedó sin fiesta el día en que murió Perón. Aquella vez mi padre tuvo que resignarse. Así que el 16 es nuestro número, claramente. A mi me tocó abril, y en la foto que pueden ver acá arriba estoy, digamos, disfrutando de mi cumpleaños número 27 dándole la espalda al viento en Comodoro Rivadavia. Siempre me gustó hacer un viaje, escaparme, estar lejos de todo el día de mi cumpleaños, y seguramente ese espíritu fue el que me hizo tomar la masoquista decisión de aceptar justo ese día ir a cubrir para el diario un show que Juan Carlos Baglietto haría para los ex combatientes. Mi mayor recuerdo de aquel viaje es lo ferozmente que se sacudió el avión antes de aterrizar. Y también una visita al casino al finalizar el día, que es lo que hace que pueda situar la fecha de manera tan exacta. Porque, así como mi abuela jugaba a la quiniela casi todos los días y le gustaba viajar a Mar del Plata para jugar al casino, yo no soy una persona a la que le gusten los juegos de azar. Pero aquella noche acerté por primera y única vez dos plenos en la ruleta, jugándole al 16 y al 27, mi fecha de cumpleaños y los años que me tocaban en suerte. Esos plenos no los gané yo sino que me los regaló el croupier, que me vio pichi y supongo que aprovechó para seguir entrenando la mano. El casino de Comodoro es chico, o en aquel momento lo era, y las mesas apenas si tenían cuatro colores. Aquella noche en la que fuimos, después del show de Baglietto, muchas mesas estaban esperando jugadores. Me acerqué a una en la que no había nadie, y empecé a jugarle a mis dos números. Como estábamos solos con el croupier, algo debimos haber hablado. De hecho, me tuvo que contar la mecánica del asunto, porque yo no tenía idea. No sabía, por ejemplo, que para jugar en una mesa de ruleta tenías que pedir un color. Así que en eso estaba yo, con mis números rojos, de la segunda y tercera docena, mientras se me iban acabando las fichas. La rueda había empezado a girar y aún no le había puesto una ficha al 27 cuando el croupier me preguntó si estaba pensando en abandonar mis números. “Es que estoy muy lejos. Los que están saliendo son los de la primera docena”, creo que le dije. “No tanto”, me respondió. “El 10 en la ruleta está al lado del 27”. No tuvo que decir más, a partir de ahí me centré en mis números y los dos tuvieron su pleno. Celebré, me festejaron, cambié mis éxitos por fichas grandes porque dije que quería ahorrar, no me olvidé de la caja de empleados, y seguí jugando. Mi suerte hizo que la gente se acercase a la mesa, y como ya no estuvimos más solos, las fichas empezaron a irse otra vez. Cuando amagué cambiar para seguir jugando una de las grandes que había guardado, volví a escuchar la voz del croupier: “¿No era que querías ahorrar?” Con eso alcanzó: junté todo y me fui de ahí, contento con mis dos plenos y encima con guita en el bolsillo. Y con una buena historia de cumpleaños para contar de vez en cuando.

(Conté esta historia por acá hace no tanto, pero como se cumplen exactos 30 años de esta anécdota, acá va de vuelta. Podría decir que es mi historia de cumpleaños preferida, así que por eso también valga la repetición, espero que no se ofendan los que ya la leyeron pero ya saben, el público --y la atención-- siempre se renueva. Los que me acompañan en tan ventosa foto de celebración son el fotógrafo del diario y el jefe de prensa que nos llevó hasta allá, a cubrir el show. Sus nombres se me escapan, si alguien me los recuerda, la próxima vez que cuente esta historia serán mencionados como corresponde. Debo tener por algún lado la reseña que salió en Página de aquel día. No del casino, del show de Baglietto, je. Ya tengo excusa para la próxima vez que quiera contar esta historia, si es que la encuentro) 

viernes, 12 de abril de 2024

King Crimson, "Heartbeat"

Recuerdo la sensación/ el ritmo que creábamos

Durante los años más solitarios de mi infancia, cuando estaba dejando de ser niño pero aun no me asomaba a la adolescencia, las revistas eran mi vía de escape. Siempre hubo revistas en mi casa, papel impreso, diarios, libros. Pero las revistas creo que para alguien en camino de su adolescencia eran perfectas, porque todas anunciaban la posibilidad de un nuevo mundo. Incluso las orientadas hacia la infancia, como Anteojito o Billiken: todas contrabandeaban futuro, vidas ajenas, otros posibles. La iniciación, la crisálida, eso es lo que murmuraban esas páginas que sabías que no debías estar leyendo, pero que al mismo tiempo te correspondían, pasaban pistas de lo que te iba a suceder.
Mi acceso a las revistas siempre estuvo garantizado durante mi infancia: en la casa de mis abuelos siempre las había, por todos lados. Ya sea debajo del amohadón del silloncito en el dormitorio principal, donde siempre había que buscar las revistas del día, como en la mesa de luz del cuarto de la empleada cama adentro, que noviaba con el chico del kiosco de revistas, cuya selección completaba ese mundo de ahí afuera. Si en el sillón del cuarto de mis abuelos yo encontraba El Tony, donde reinaba Robin Wood, en lo de su empleada conocí la revista Skorpio, donde salía el Corto Maltés; si en uno aparecían la apaisada Patoruzito, en el otro se escondía la prohibida Piturro, una suerte de Isidoro al palo que salía por entonces. Y no era que estábamos llenos de guita, eh. Había revistas para todos. Quino contaba que en su casa familiar hacerse un traje o comprar zapatos demandaba meses de ahorro, pero sin embargo había revistas por todos lados, incluso extranjeras. “O un traje era demasiado caro entonces, o las revistas estaban muy baratas”, calculaba el creador de Mafalda, y yo tengo el mismo recuerdo desde otra generación, con pilas de revistas por todo mi hogar, ya sea los fascículos de las enciclopedias, las revistas deportivas o las Satiricón escondidas en el placard como si fuesen revistas porno.
Fue por las revistas que empecé a asomarme al rock, ya que yo no tenía hermanos mayores de los que heredar nada. Pero por entonces ya había pasado a depender directamente de la fuente: ya estaba más grande, y trabajaba en el kiosko de revistas del barrio. Decir trabajaba es una exageración, mas bien cada tanto lo cuidaba. Mis padres tenían un negocio a la calle, que formaba parte de una esquina del barrio de Colegiales en la que todos los comerciantes eran amigos o al menos conocidos, y se hacían favores. Uno de esos negocios era un kiosco, y con mi fascinación por el papel impreso era irremediable que terminase pasando ahí las horas en las que acompañaba a mis padres en sus labores diarias. Eran los años del fin de la dictadura, el comienzo de la democracia, y las revistas y los diarios se multiplicaban. Cuidarle el kiosco al dueño durante sus ausencias --lo mas importante durante mi guardia, recuerdo, era anotar bien en un papel escondido entre los diarios las apuestas de la quiniela clandestina-- me permitía leerlo todo, y a eso me dedicaba. Y cuando empezó a interesarme el rock, la información venía a mí bajo la forma de revistas: dentro de la Humor, que compraban mis padres, con Las Páginas de Gloria, o en El Porteño, que compraba yo (o mas bien les hacía comprar), que siempre tenía una nutrida sección cultural, en la que siempre la música --y cada vez más el rock-- estaba presente. Y después las revistas específicas, como la Pelo siempre, y después la Canta Rock, también el under cuando se empezó a distribuir Tren de Carga y la modernidad de la mano de Twist y Gritos y tantas otras, muchas efímeras, pero todas pasaron por mis manos cada vez mas adolescentes, como la segunda epoca de Expreso Imaginario o un ovni bautizado Banana, detrás del que estaba Tom Lupo.
Aquel micromundo en una esquina de Colegiales incluía una zapateria, una relojería y, lo más importante, una disquería. Ya que entonces lo que anunciaban las revistas podía corroborarse (o no) bastante rápidamente, algo que no era tan común por aquellos tiempos. Recuerdo que mas o menos todo lo que decían las revistas respecto al rock local no encontraba ninguna respuesta crítica de mi parte: fui fan de León Gieco, de Charly García o de Spinetta, pero también disfruté del Dúo Fantasía. Todo era nuevo, todo me gustaba, todo pasaba a ser parte de mi vida. Con el rock extranjero era diferente, era un mundo mas vasto, después de todo. Y además los prejuicios entraban en acción rápidamente.
Todo estos recuerdos que me vienen a la cabeza tienen que ver con el disco al que corresponde el tema de donde están sacados los versos con los que arrancan estas líneas. Un cassette, en realidad, con el que aprendí algo importante a la hora de hablar de la cultura rock, o cultura a secas. Había leído en la Twist y Gritos, creo, perdida en una columna no en el cuerpo principal de la revista, elogios hacia un disco de un grupo que no conocía, que acababa de salir. El grupo se llamaba King Crimson, el disco se llamaba Beat, asi que fui a la disquería y me lo llevé a casa. Lo puse en mi cassettera, y recuerdo claramente la sensación: no entendí qué era eso que estaba sonando. Recuerden, yo era un chico que escuchaba a Spinetta, sí, pero también al Dúo Fantasía. Sabía que tenía que gustarme, pero no hubo caso: el cassette quedó olvidado en un cajón de mi escritorio. Me lo volví a encontrar un tiempo después, ¿un año? ¿dos? Lo cierto es que volví a hacer play, y entonces sí, se me abrió un nuevo mundo: me deslumbró, amé los ritmos, las voces, las guitarras. Abracé la psicosis de Neal and Jack and Me o la extrañeza de baladas como Two Hands o Heartbeat.
De hecho la idea de escribir este texto era para hablar de ese tema, que suena en el último Música Cretina, y también referirse al anuncio de que Adrian Belew y Tony Levin saldrán de gira próximamente para tocar esos temas, y de que lo harán con el beneplácito de Robert Fripp, que les propuso el nombre para el grupo, el del disco que estamos hablando, Beat. Pero, bueno, uno se sienta y la escritura sabe más que uno. Por eso estoy acá, recordando que aún hoy el Requiem, el tema que cierra el disco, es capaz de ponerme la piel de gallina y devolverme la sensación de pasar a otro nivel que sentí la primera vez que lo escuché. Fue así que aprendí una de las claves del disfrute de la cultura popular: las cosas no son o no para cada uno, nadie está señalado por nada, simplemente hay que darse tiempo. Los objetos culturales te saltarán encima cuando los necesites, nomas hay que permitirse  tenerlos cerca. Por eso es que siempre respondo, cada vez que me preguntan si lei todos los libros que hay en mi biblioteca, que por supuesto que no, que si los hubiese leído todos tendría el doble. Hay que tener cerca a los futuros amigos, al próximo libro o disco o revista o película, que te salvará la vida o al menos te marcará el camino hacia donde debas ir. Y es un camino que no se termina, que, si se tiene suerte, queda abierto durante toda la vida.
Beat de King Crimson me acompaña desde entonces, no desde el día en que me voló la cabeza, sino un año antes, cuando llegó a mis manos y no lo entendí, pero se quedó cerca, esperando su momento. Hoy que todo parece estar tan cerca, y justamente por eso es que está irremediablemente lejos, hay que esforzarse el doble para mantener viva la curiosidad, y especialmente la atención. Todo esta ahí, pidiendo con ansiedad, como las gaviotas de Buscando a Nemo que gritaban mío, mío, mío. Estas otras gaviotas gritan dame, dame, dame. Por acá simplemente tratamos de mantenernos curiosos entre tanta gritería; escuchamos, recordamos o descubrimos y compartimos. Siempre ambicionando ser arena antes que aceite en el engranaje. Ampliar los límites de los mapas antes que acomodarse en el centro. Confiando que lo que nos puede salvar, despertar, poner en marcha, entre otras cosas, es la música. Y tiene que ser cretina, claro que sí.   

martes, 9 de abril de 2024

Música Cretina 2024 #1

ESTO NO ES UN PROGRAMA

31-3-2024

Lado A

“Yo ya estuve ahí/ y no quiero otra vez”

1.- Biznaga, Contra mi generación
2.- Elizabeth King, I need the lord
3.- Paul McCartney c/St Vincent, Women and wives
4.- King Crimson, Heartbeat
5.- Pete Rodríguez, I like it (I like it like that)
6.- Piccolini, No voy a ir
7.- Paolo Conte, Omicron
8.- Lou Reed, Doin’ the things that we want to

Lado B

“Y vos andabas escuchando una canción/ que no era de rock and roll”

9.- Big Joanie, Used to be friends
10.- Bobby Parker, Steal your heart away
11.- Javier Limón c/Santiago Auserón, La ventolera
11.- Congotronics Internacional c/Juana Molina, Resila
12.- Los Destellos, Palomita de barro
13.- Youth Lagoon, Little devil from the country
14.- Shirley Jackson, Feels so good
15.- Bestia Bebé, El rock and roll pasó de moda

Escuchar

martes, 2 de abril de 2024

Lou Reed, "Doin' the things that we want to"

Escribí esta canción porque quería darles la mano/ de alguna manera, son los mejores amigos que he tenido

Hay un nuevo Música Cretina, es el primero del año --antes hubo una versión especial-- y entre sus intépretes asoma Lou Reed. Que Lou es un cretino honorario desde el primer día casi ni hay que decirlo. Los versos de acá arriba son del tema Doin’ the things that we want to, uno de los grandes temas del disco New Sensations, y con el que cierra el Lado A de un no-programa que merece sonar en un martes feriado y soleado como este. Martes de No bombardeen Buenos Aires, martes de Malvinas argentinas, martes de Margaret to the guillotine, Morrissey dixit. Y, ahora sí, también martes de Reed y aquel New Sensations, su disco de sobriedad, y de sus intentos de hacer música para la generación de los ’80, la que se incorporaba al asunto mirando MTV. Según leo ahí, es el más exitoso de Reed después de Sally Can’t Dance, dos trabajos que nadie elegiría como sus mas representativos. Tal vez por eso es que Lou también canta en este tema eso de no hay mucho para escuchar en la radio hoy en día/ pero todavía se puede ir a ver una película o una obra de teatro. Un verso que tranquilamente podría cantarlo hoy en día, pero que entonces tenía que ver con las obras de Sam Shepard y las primeras películas de Martin Scorsese. En su libro de letras elegidas Between Thought and Expression, de 1991, Reed anota al pie que escribió el tema después de ir a ver Fools in Love, de Shepard, y que los otros son personajes de la película Calles salvajes, de Scorsese. A ellos se refiere cuando dice que son los mejores amigos que ha tenido. Una afirmación que, según comenta Will Hermes en su flamante biografía (aún sin traducción al castellano), “es un comentario triste para cualquiera, pero uno revelador viniendo de un artista con fanáticos que que generalmente parecen insanamente obsesionados con él”. Anthony DeCurtis, en la biografia que hace poco publicó Planeta, señala también que el tema habla de la libertad que encontraban Shepard y Scorsese tanto en el teatro como en el cine, en contraste a las limitaciones que siempre sintió Reed dentro del negocio musical. La sobriedad que comenzó a encontrar un Reed de 41 años en la época del New Sensations y su pareja con Sylvia le permitió promocionar su música sin pelearse con el medio (decía, por ejemplo, que había elegido al productor del disco, John Jansen, por el sonido de batería que había conseguido para... ¡Air Supply!), asomar la cabeza al mundo, una actitud que terminaría acercándolo a Amnesty y luego cerrar la década redondeando uno de sus mejores discos, New York, y también tal vez el más político de su carrera. La hermosa foto de Lou con un milkshake que ilustra este post está fechada a comenzos de los ’80, y es obra de Waring Abbott, que firma varias de sus imágenes de aquella época. Incluso una que vi por ahí en la que Reed se parece demasiado a Juan Alberto Badía, ¿pueden creerlo? Nacido en el sur profundo norteamericano y criado en Venezuela, Abbott comenzó lo que sería una larga carrera como fotógrafo por una foto de Kurt Vonnegut sosteniendo en sus manos a un conejo. También publicó un libro sobre los primeros años de Kiss. Se casó con una neurocientífica, y el año pasado en el periodico amarillista New York Post contaban que habían puesto a la venta su casa de campo por cinco millones y medio de dólares. Doin’ the things that we want to, ¿no es cierto? Y si es música que sea cretina, por supuesto. ¿Qué otra cosa podíamos escuchar? ¿Air Supply, como parece que escuchaba Lou en aquellos años sobrios y straight?


lunes, 1 de abril de 2024

Biznaga, "Contra mi generación"

Un beso frustrado/ y esta canción de amor/ contra todos/ contra mi generación.

Se los presento: los chicos de la foto se hacen llamar Biznaga, y son la esperanza punk de Madrid. También son los que abren el nuevo Música Cretina, qué tanto. Me gusta decir que son los Flema españoles, pero sólo para llamar la atención, claro. Aunque algo de eso hay, porque lo que el indie local viene escuchando de su ídem español son referentes hipersensibilizados o bestialmente cínicos, y no está nada mal, los banco, yo también los escucho y disfruto. Pero no entiendo como todavía nadie le entró a Biznaga, cuyo discazo de dos años atrás, Bremen no existe, es realmente el que hace falta para volver a creer en el punk, en la música de puño en alto, incluso en las nuevas generaciones mas allá de sus fantasías de hacer plata rápido, destruyendo el planeta, el clima o el país, qué importa, qué interesa, ese parece ser su propio no future. A toda esa gente que duerme poco y mal/ la precarizada y la aspiracional, cantan los Biznaga, que son oriundos de Málaga en realidad, aunque se conocieron en Madrid, esa ciudad de la que nadie es, y por lo tanto todos somos de Madrid. Aunque, claro, vaya uno a saber si a esa capital millonaria, gentrificada y de derecha de hoy día le calza aquel sayo del siglo pasado, sabinista, movidista, almodovariano y demás. A la que se pierde hasta con Google Maps/ y la atrapada en el ascensor social. Hay mucha gente a la que cantarle, y tal vez todxs sean la misma, pero los Biznaga cantan igual. Tal vez el tema que abre este Música Cretina no sea el mejor del disco, pero su inmediatez y también la apelación generacional, terminaron convenciéndome. A quien sube los índices de natalidad/ nacerán más idiotas, ¿no hay suficientes ya?. Son cuatro, se hacen llamar Biznaga, son unos románticos a pesar de su punk (o justamente por eso), y avisan que lo que no se pudo hacer tal vez sea posible. Y me asusta, porque hay cosas que nunca fueron posible que lamentablemente parecen estarlo siendo. Pero también me da esperanza, porque hay otras que hoy parecen haber salido de la agenda que algun día volverán. Recuerden: hay gente a la que convencieron que vivíamos en Versalles, y ahora aplauden con cada cabeza que rueda, sin imaginarse que serán los próximos en la fila. Perdonen por estas reflexiones de una mañana de lunes feriado y además nublado, pero por algo esto se llama Música Cretina. Y, además, nunca se olviden que el punk siempre redime y da revancha. Pasen y escuchen, hay un nuevo no-programa para estos días culturalmente revolucionados, a nuestro pesar, y sin revolución de verdad en el horizonte.  

martes, 12 de marzo de 2024

Adiós Jumbo

Uno de los mejores monólogos de la disquería Tabú era el de los animales en las tapas de discos que anunciaban: “¡Garompa!” No recuerdo cuántas veces presencié el despliegue de Alfredo Rosso, recorriendo las bateas señalando, revolviendo y exhibiendo aquellas portadas que, según aseguraba, confesaban de esa manera su verdadero contenido. Resultaba tan convincente y tan divertida su argumentación que se extendía hasta que más de un disco ingresaba injustamente en la lista, como el del burro de una banda llamada Timbuk 3, cuyo Lado A comenzaba con un tema cuyo título hacía que te lo llevases a tu casa sin necesidad de escucharlo antes, a pesar de cualquier posible garompismo: El futuro es tan brillante que necesito usar anteojos oscuros. Desde este futuro que brilla tanto que pronto ni los lentes oscuros nos salvarán de la condena de vagar ciegos por este infierno, la noticia de la muerte de Karl Wallinger me trae desde el pozo de la memoria la hermosa portada de su segundo disco como World Party, cuyo título bien podría titular también esta triste novedad: Goodbye Jumbo. Obviamente que aquella tapa lleva la foto de un elefante, aunque en realidad sea apenas un disfraz de puras orejas enormes y una máscara de gas como trompa. Teniendo en cuenta que Wallinger se destacaba por ser un multinstrumentista, y había grabado casi en soledad el debut de su grupo, encargándose de tocarlo y cantarlo todo, no me sorprenderia que sea quien está detrás de esa elaborada máscara apocalíptica que preside la portada de su sucesor. No recuerdo si la tapa de Adiós Jumbo formaba parte del coro que gritaba desde las bateas de Tabú, pero sí tengo en claro que ese disco --que de garompa no tiene nada-- forma parte de la banda de sonido de mis años formativos como hombre de radio y periodista de rock. Que transcurrieron, en la bisagra entre fines de los 80 y comienzos de los 90, principalmente en los refugios que descubría para escaparme tanto de mis estudios como de mis trabajos: la disquería de Rosso, las trasnoches de Piso 93 o la discoteca de FM 100. No se a cual de todos esos ámbitos que siempre evoco con cariño le debo el recuerdo del buen galés Wallinger, que se nos fue el domingo, con apenas 66 años. Repasando la noticia, descubro que había formado parte de los mejores años de The Waterboys, especialmente del disco que contiene el tema que convirtió a Mike Scott en una figura mundial, The Whole of the Moon. Ahora que lo pienso, Wallinger debe formar parte de muchos de los temas incluidos en la flamante 1985, una caja de seis discos que repasa esos años triunfales de The Waterboys, llena de demos, outtakes, versiones diversas y grabaciones en vivo. Había entrado al grupo como tecladista, pero sus dotes de multinstrumentista fueron rápidamente apreciadas por Scott, que le fue dando cada vez mas lugar, hasta que irremediablemente chocaron y Wallinger armó su propio grupo, con el que consiguió un hit inesperado con aquel primer disco como World Party, Private Revolution, lo que le permitió construir una carrera. Leo por ahí que trabajó en esa pesadilla de producción que fue el disco debut de Sinead O’Connor, y la cosa debe haber terminado bien, ya que Sinead aparece como invitada en los dos primeros discos de su grupo, y sigo leyendo y descubro que con el cambio de siglo Wallinger casi la queda por un aneurisma. Le salvó la vida que Robbie Williams poco antes había hecho un cover de su balada She’s The One, el segundo mega hit de la carrera de Robbie, lo que le permitió pagarse todos los cuidados médicos para volver al ruedo. Parece que hace rato andaba en eso Wallinger, que a lo Troilo siempre andaba volviendo, cuando este domingo se supo que había abandonado el edificio. El primero en despedirlo en las redes, como no podía ser de otra manera, fue Mike Scott: “Buen viaje, mi viejo amigo. Fuiste uno de los mejores músicos que llegué a conocer”. En este martes nublado y lluvioso, no hay nada mejor que hacer que dejar que suenen aquellos temas que anduvieron un poco perdidos, es cierto, pero nunca fueron olvidados. Es la mejor manera de decirle adiós a Jumbo, y que lo mejor de aquellos '90, lo más personal, lo que es nuestro y nada más, vuelva a hacerse presente mientras nos ajustamos unos cada vez más indispensables lentes oscuros. Es que esto brilla cada vez más, no hay caso.